jueves, 4 de septiembre de 2008

Region de Puglia, Italia


Playas negras, mar verde, ondulantes trigales, pueblos labrados en la roca, ciudades que cuelgan de abruptos montes. Una Italia tan bella como auténtica, tan llena de supersticiones como de fervor religioso, que reúne historia y naturaleza en la proporción exacta como para descubrir y admirar a cada paso.



Usualmente, quienes viajan a Italia saltan directamente de la Roma monumental a la romántica Venecia, pasando por la elegante Florencia... y vuelta a casa. Es una lástima que no sepan lo que se pierden por no haber bajado al sur de la bota, entre la capellada y el talón, zona de contrastes permanentes. Pocos llegan hasta esta región apretada entre la Campagna al norte, la Calabria al sur, y la Puglia al este. Es cierto que a esta zona no se la promociona demasiado, pero quizá por eso se conserva tan pura e intensamente italiana. La Basilicata se muestra tal cual es, como un regalo inesperado, a caballo entre las montañas y el mar, los acantilados y las colinas, los bosques y las playas. Pintada de amarillo por enormes trigales que se agitan con el viento como olas salpicadas por el carmesí de las amapolas, sus dunas gigantes de trigo maduro explican el consumo sistemático de mil formas de pasta en la gastronomía italiana. ¿Qué hacer, si no, con tantas espigas?Sobre el mar Tirreno, hay idílicas playas privadas de arena volcánica negra protegidas por acantilados en los que se abren grutas misteriosas. Sobre el mar Jónico hay templos griegos como el de Metaponto, de pie con su columnata orgullosa, bordeado de oleandros en flor que pintan el paisaje de rosado y blanco. El paisaje es rugoso, cambiante, ondulado, marcado por el recorrido de ríos que ya no existen y por valles que en tiempos remotos fueron las cuencas de lagos volcánicos. Este es el paraíso del fotógrafo: hay perspectivas de ciudades encaramadas en la cima de abruptos montes y antiguos pueblos cuyas casitas se apiñan en torno de callejuelas estrechísimas, invariablemente rematadas por una iglesia, basílica o convento medievales. Patria del antiguo pueblo de los lucanos, esta región es la más pequeña de la Italia Meridional –después de Molise– y la menos poblada del sur. Nunca tuvo buena fama, y no fue sólo por sus repetidos terremotos sino también por la malaria que imperó en la zona de pantanos (palude), época en la que los pobladores se vieron obligados a edificar sus casas en la cima de las montañas para huir de los mosquitos portadores del paludismo (malaria). Ya lejos de esa amenaza, ahora sólo ofrece paisajes extraordinarios y un pueblo distinto a cada paso.
Amarillo limon La ruta sinuosa nos lleva a Melfi, una ciudad perfumada por matas de ginestre (retama) de color tan amarillo que parece imitar al sol. Huertos de naranjas, limones y duraznos bordean la ruta que va hacia el mar Jónico y el Tirreno. Así como el amaro de hierbas remata los almuerzos, el lemoncello o licor de limones refresca el final de las cenas en esta tierra fértil de sedimentos volcánicos. Las golondrinas surcan cielos diáfanos y las campanadas de las iglesias echan a volar a las palomas.La fuerte religiosidad se detecta en las muchedumbres que asisten puntualmente a misa, así como en la enorme cantidad de fiestas religiosas que se realizan a lo largo de todo el año. El domingo de Pentecostés nos sorprendió en Melfi con un desfile de personajes medievales que llegó hasta el famoso castillo normando que domina la ciudad, después de recorrer las calles entre balcones engalanados, desde los cuales los vecinos arrojaban pétalos de amapolas al paso de una imagen sagrada, rodeada de flores sobre una carreta tirada por bueyes. A pocos kilómetros de Melfi está la población de Venosa, ciudad natal del poeta latino Horacio, con su basílica bizantina –la abadía de la Santísima Trinidad– construida como un rompecabezas con bloques de piedra extraídos de las ruinas de un anfiteatro romano. En la Basilicata uno nunca pisa lo que cree pisar, sino varios estratos superpuestos de siglos de historia encimados como capas de hojaldre. Debajo de una iglesia bizantina casi siempre se ha encontrado un templo paleocristiano edificado sobre un templo griego... cubierto, a su vez, por el delicado mosaico florido de una domus (casa noble) del Imperio Romano.
Cristo se detuvo en... Matera El orgullo de la región es la increíble ciudad de Matera, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Se trata de un conjunto asombroso de miles de viviendas prehistóricas y basílicas bizantinas excavadas directamente a lo largo del cañadón de un río, en macizos de roca blanca y blanda como la tiza llamada “tufo”, que aún conserva frescos con Madonnas del siglo XIII luciendo graffitis del año 1600 y algunos lamentables graffitis de seguidores del grupo de rock Metallica. Estos “departamentos” construidos varios siglos antes de la Era Cristiana llamados “sassi” se edificaban de arriba hacia abajo, y contaban con acueductos y cisternas propios. La parte antigua de la ciudad está vacía desde los años ‘60, para impedir su deterioro. Matera se divide entre una enorme y laberíntica ciudad medieval con falsas fachadas que esconden ambientes cavados en la roca viva, y en una Matera moderna adonde se reinstalaron quienes aún habitaban este lugar fantasmagórico. Fue muy difícil mudarlos a todos a casas de material, ya que estaban habituados a vivir en viviendas cuyo costo equivalía al de un martillo y un cincel. Antes de que fuera declarada Patrimonio de la Humanidad, el escritor Carlo Levi describió a Matera en su novela Cristo se detuvo en Eboli, como un pueblo con casas excavadas en la roca donde 20.000 personas dormían junto con sus animales de corral y sus caballos, y la comparó con el mismo Infierno del Dante. Ahora esos ya son recuerdos. En el profundo cañón que rodea la ciudad abundan los fósiles prehistóricos, y en las paredes de “sassi” ya habitados hace más de 70.000 años se encontraron huesos de dinosaurios y el esqueleto de un hombre de 350.000 años de antigüedad. El tufo de las paredes está repleto de caracoles fósiles. Todo el terreno que rodea la zona de los “sassi” son hectáreas tapizadas por hierbas aromáticas silvestres que perfuman el aire: salvia, romero, tomillo, orégano y menta crecen como yuyos, mezclados con matas de plantas de alcaparras con exóticas flores lilas, cuyos fragantes pimpollos cosechan los vecinos a mano para conservarlos en frascos con vinagre o salmuera.
Playas sobre dos mares Al sur, el lugar de descanso son las anchas playas del Jónico, de una arena fina que no se pega al cuerpo por su alto contenido en sílice. El agua es tan transparente que a simple vista se ven los peces brillando con destellos plateados bajo las olas. Uno tras otros se suceden balnearios a lo largo de un extenso pinar que enfrenta el golfo de Taranto, tan transitado hace siglos por los navíos griegos. Hay localidades turísticas como Policoro, con ruinas arqueológicas a cada paso, cuyas playas están casi cubiertas por infinidad de sombrillas. Sobre el Tirreno, en cambio, se esconden playitas privadas de fina arena negra entre espectaculares barrancos. En tiempos remotos la Basilicata sufría el frecuente ataque de los sarracenos en sus costas, lo que explica la profusión de antiguas torres de observación en cada saliente frente al mar. Aún siendo asolada por muchas invasiones, la región prosperó y sus pobladores jamás se dieron por vencidos. Cuando los piratas sarracenos atacaron por última vez al pueblo de Veglia, éste se mudó detrás de las montañas, optando por perder la maravillosa vista al mar para poder ocultarse del enemigo. Así nació Rivello (ex Re-Veglia), un lugar lleno de callecitas serpenteantes y escalinatas estrechas donde los vecinos compiten en concursos sobre quién tiene el balcón más florido. A mediodía todo el mundo desaparece de la calle para compartir el almuerzo familiar y los domingos el aire se llena de un penetrante aroma a ragú –salsa con carne– que acompaña la pasta de ese día festivo. Los pimientos rojos y ajíes picantes (peperoncini) se cosechan en tal cantidad que se dejan secar al sol del verano enhebrados ante las puertas de las casas como si fueran gigantes collares de coral. Con ellos se elaboran salsas que compiten en ardor con la vecina cocina calabresa. La costa de la Basilicata luce con orgullo la bandera azul de Mare Pulito (“Mar Limpio”) que entrega una entidad europea sólo a las playas con cero grado de contaminación. Pero no hacen falta banderas que certifiquen su limpieza: bajo la superficie de color verde transparente se puede ver sin dificultad un mundo subacuático donde nadan las tortugas marinas y los delfines se deslizan entre las rocas. En Aquafredda –una localidad que debe su nombre a que el agua es fría porque se descubrieron fuentes naturales de agua mineral en el fondo del mar– hay aristocráticas villas convertidas en hoteles de lujo. Estas mansiones del siglo pasado cuentan con playitas exclusivas bajo acantilados de 200 metros de alto, a las que se accede por cómodos ascensores excavados en paredes de roca llenas de misteriosas grutas con estalactitas y “pipistrelli”, murciélagos que a la noche brotan de las cuevas para volar sobre el mar.Buganvillas de color fucsia y naranja enmarcan los portales de entrada de las casas del centro histórico de Maratea –antigua colonia de la Magna Grecia–, un pueblo de piedra donde cada calle ofrece un mirador para admirar el paisaje de montaña que antecede al mar. Junto a la basílica de San Biaggio, en lo alto de un promontorio de 645 metros, está emplazada la enorme estatua del Redentore, similar al Cristo de Río de Janeiro. Desde allí arriba, se ve la costa calabresa extendiéndose más allá del Agri, el río que marca el límite entre la Basilicata y Calabria. Muy cerca, el Parque Nacional Pollino, con sus abadías escondidas en el bosque, ofrece un recorrido bellísimo y montañés.Mar, montañas, playas, islas, grutas, callecitas retorcidas en torno de iglesias magníficas, perfume de jazmines, azahares, tilos y retama convierten al talón de Italia en un destino en el que la belleza de las vistas panorámicas embriagan los sentidos y lo único que falta es más tiempo para quedarse aquí, quizás para siempre.
DATOS UTILES
Cómo llegar: En 13 hs de vuelo Alitalia nos lleva de Buenos Aires a Milán y de Milán a Bari por un precio que ronda los $ 900-$ 1200 según la temporada. Alitalia: Suipacha 1111. Piso 28 . Buenos Aires. Tel: 4310-9999Internet: www.alitalia.com.ar E mail: info@alitalia.com.arHoteles: Los mejores hoteles rondan los $150 la habitación doble, con desayuno buffet. La mayoría cuenta con servicio, a elección, de almuerzo o cena.Comida: Pasta con verduras varias es la dieta básica de esta región. Se están poniendo de moda los restaurantes en establecimientos tipo estancia, conocidos como “Agriturismo”, donde se ofrecen antipastos enormes y parrilladas variadas por unos $ 15-$ 20 por persona. Bajo el castillo de Maratea sirven un menú completo por $ 25, preparado por un chef que tiene el título de Cavaliere Italiano, y que honra a los comensales con su atención personalizada.Más información: ENIT (Ente Nacional Italiano de Turismo): Av. Córdoba 345, Buenos Aires. Tel: 4311-9264. Fax: 4312-7795. Internet: www.enit.itE mail: enit@inea.com.arInfo Internet: Basilicata: www.regione.basilicata.itTrenes: www.ferrovie.itGuía de Italia: www.italyguide.comRutas y mapas: www.autostrade.itHoteles: www.venere.it www.bbitalia,it Hospedaje en casas de familia: www.home-swap.comAgroturisimo: www.agriturist.ItServicios: www.bookingitalia.it
Devociones y supersticiones en una tierra mágica
Es muy comprensible que los habitantes de una tierra que sabe sacudirse con terremotos imprevisibles quieran aferrarse a cualquier cosa que les de seguridad. Toda la región está plagada de historias raras y costumbres extravagantes. Siempre hay un santo al que se le adjudican poderes milagrosos por haber salvado del terremoto a muchas personas. Si hubo muchas víctimas y el pueblo sufrió destrozos, tampoco se lo reprochan al santo: discretamente, no se habla más del tema. Las ristras de ajos en la puerta, para ahuyentar los malos espíritus, están pegadas a la imagen del famoso padre Pío y la estampita de San Biaggio. La historia de este santo nació un día del año 730, cuando desde el pueblo de Maratea se vio una luz que venía de la isla de Santo Ianni, un macizo de lava donde sólo hay yacimientos arqueológicos romanos con cisternas repletas de garum, una salsa picante del antiguo Imperio. En el lugar del destello hallaron una cajita con las reliquias de San Biaggio, quien había muerto martirizado en Armenia. Como la Maratea superior y la Maratea inferior se disputaban la propiedad de las reliquias, se firmó un contrato por el cual durante una semana de mayo la imagen de 44 kilos de plata maciza del santo bajaría en procesión para estar en Maratea inferior. Desde hace mil años, el contrato se cumple sin falta. En la Segunda Guerra Mundial, cuando un tanque quiso pasar por el centro de Maratea, se topó con una columna con la estatua del santo que le impedía continuar la marcha. Los pobladores se negaron a sacarla y prefirieron abrir paso al tanque tirando abajo una casa que estaba al costado de la columna para que el santo quedara en pie y en paz. El pasado se funde con el presente y la historia se mezcla con la superstición en esta tierra que cada tanto se sacude con terremotos imprevisibles: Venosa fue una ciudad muy rica en tiempos romanos, cuandose llamaba Venusia. La ciudad creció por estar en el cruce exacto de la Via Appia y la Via Appia Trajana, construida para evitar el ataque de los lobos que asolaban la Via Appia. De ese miedo a los lobos viene el conjuro contra la mala suerte “¡In boccaluppo!”, tan común en Italia, que se responde con un “Creppi il lupo!” (¡Que muera el lobo!). También hay un pueblo cuyo nombre se considera de tan mala suerte mencionar, que cada vez que alguien envía una carta allí, escribe en el sobre “Per quel paese” (“para ese pueblo”), y el cartero ya sabe que debe enviar la carta a Colobraro, la ciudad innombrable.

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